Un ritual a la vida
El miedo, nos hace volverle el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al negarnos a contemplarla nos cerramos fatalmente a la vida
Así es como el escritor y premio nobel mexicano, Octavio
Paz define nuestra vida en negación en su libro el laberinto de la
soledad.
Es por eso que el día de muertos puede ser más que un
homenaje a la muerte, un homenaje a la vida.
Tal vez sugiere a los muertos que extrañan las esplendorosas y sutiles
trivialidades de la vida, de las cuales nos perdemos los vivos.
Este ritual prehispánico se ha celebrado por lo menos
desde hace 3000 años y se mezcló sutilmente con las creencias católicas importadas
por los españoles durante la conquista como el día de los fieles difuntos y todos los santos, formando un
harmónico sincretismo religioso.
El 1ro y 2 de Noviembre de cada año, México hace un gran
homenaje a la muerte resaltando la vida. Tal vez en ese momento en que
contemplamos la muerte, nos damos cuenta de la fragilidad de la vida, por lo
tanto la exprimimos y de ella sacamos
fiesta y colores.
Con un altar lleno de colores y mezclas de creencias
católicas como del México antiguo que antes de la llegada de los españoles
celebraron los aztecas, mayas, perepuchis y totonacas. Quienes creían que el
destino del alma dependía del tipo de muerte a diferencia de un más allá que
premia o castiga. Se espera al difunto con colores que los guíen como el
anaranjado de la flor de cempaxúchitl
representando la luz del sol
precolombino y el violeta como señal de duelo en el catolicismo.
Este ritual de muerte resalta los valores gregarios y
las familias esperan reunidas durante la noche en que el muerto los visitara
desde el más allá. La muerte se convierte en la parte central de la vida
durante una noche.
Ofrendas visten
de colores a las tumbas y las flores de cempaxúchitl destellan como aquella luz que se los llevo,
pero esta vez desde aquí abajo para guiarlos y atraerlos de nuevo tan solo por
una noche. En espera y sobre el lugar mismo que en que yacen sus restos
mortales, los aguardan sus imágenes en
fotos, tal vez para que se acuerden de cómo eran cuando Vivian, junto con todas
aquellas cosas y sabores que lo estimulaban a vivir.
Para los que peregrinamos por los panteones y por los
caminos durante la noche en vigía, el frio y el cansancio denotan vida. La sensación de paz frente a las
veladoras hace sentir lejanas y
olvidadas sensaciones de quietud, y
es entonces cuando nos damos cuenta que hoy estamos vivos.
Se celebra tal
vez a la muerte porque durante la celebración en vigía el tiempo se detiene
como en la muerte misma y la pobreza se
convierte en majestuosidad, el silencio reprimido en euforia y las mascaras de la vida diaria se quedan en casa,
para convertir a todos en uno mismo y sin diferencias sociales. Por esa noche
celebramos llenos de vida y desnudamos
nuestra alma en colores. Muchos se embriagan y se dejan llevar hasta el descontrol, pues entre más
control se le aplica a la vida, más muertos se estamos, de modo que hay que vivir, pues la celebración es
para los que ya no están, no para que los que estamos ausentes en nuestra vida
diaria.
La primera vez que presencie está festividad fue en
Noviembre de 1995. En aquel tiempo era
un estudiante universitario que vivía en Guadalajara; Estaba dispuesto y
ansioso por ver el mundo, aunque desinteresado por ver el mundo al que
pertenezco. En esos días ahorraba dinero para viajar a Inglaterra e Italia y ver ese viejo mundo
tan lleno de historia y monumentos que revelan una parte del pasado de
occidente.
Un amigo de la universidad originario de Morelia,
Michoacan me invito a ver esta celebración del día de muertos. Recuerdo que me dijo: “Vas a ver algo que no veras en
Europa”. Y así fue…………la festividad del
día de muertos revelo algo que nunca en mi vida había visto de mi propia cultura
y también despertó mi curiosidad por la
parte mágica de nuestro país que muchos extranjeros ven y nosotros queremos
negar a toda costa. En aquel tiempo me pareció algo mágicamente
surrealista. Los troncos que salían del fondo del lago de patzcuaro a
la superficie y que se convertían en antorchas iluminando el camino que debía
seguir la embarcación hasta la isla de Janitzio entre la neblina de la fría
madrugada de Noviembre. Los colores en
las tumbas y los indígenas velando a sus muertos abrían las puertas hacia la
divinidad.
El empinado ascenso por las escalinatas y callejones a
través de la isla hasta llegar a los cementarios, la iglesia y finalmente la
estatua del héroe libertador Morelos con la historia de su vida narrada en murales en el interior y la cual
avanza en el tiempo a medida que uno sube por unas escaleras en espiral que
culmina hasta llegar a la antorcha que sostiene en su mano derecha y desde
donde se domina el horizonte, revelo un recuerdo de mi infancia que se
encontraba perdido en algún rincón de mi mente. Apenas era un niño de 5 años
cuando visite este lugar con mi madre y unas tías en un viaje familiar.
En tan solo una noche en vela se revelo algo sutilmente
mágico que no solo se había perdido en mi pasado personal, sino en el que nos
pertenece a todos como hijos de un pueblo indigena.
Pasaron varios años en los que seguía pensando en el día
de muertos en Patzcuaro y no fue hasta el año del 2010 en que regrese. La
decisión no fue sencilla y tuve que
vencer muchos miedos, tal como lo hacemos cuando debemos enfrentar algo de
nuestro pasado. En esta ocasión no se trataba de revivir un trauma, sino una
bella y hermosa experiencia; El problema era que la violencia en México ya había estallado y
uno de los focos rojos del territorio nacional era y sigue siendo el estado de
Michoacan. Amigos me decían que estaba
corriendo un riesgo totalmente innecesario y las historias de algunos
secuestrados siempre se utilizaban en el argumento de convencimiento. En un
intento de poner la situación en la balanza hice varias llamadas a distintas
líneas de autobuses que llegaban a Patzcuaro y hoteles del lugar. Todas las personas al otro lado del teléfono
parecían hasta desconcertados por mis aparentemente absurdas preguntas, aunque
no dudo eran y aun son las preguntas de
muchos que desean visitar ese
lugar. Finalmente el inquebrantable
deseo de asistir escucho lo que quería escuchar y tome un vuelo de la ciudad de
La Paz a Guadalajara para de ahí tomar
un autobús a la pequeña población de Patzcuaro Michoacan.
Todo el trabajo de logística y viaje de alguna manera se
redujo a un fiasco cuando el taxista de la estación de autobuses me dijo que la
gran festividad del día de muertos ya había ocurrido la noche anterior. Había llegado el día 2 de Noviembre y todo
había sido un error. La gran noche de día de muertos es la del día primero y la
madrugada del 2. La noche del 2 quedan tan solo algunas familias velando hasta
tempranas horas de la noche algunas cuantas tumbas. Le pedí al taxista que me
llevara a la muy próxima población de tzin tzun tzan y ahí pase algunas horas
durante la tarde y hasta el anochecer.
Tuve la oportunidad de platicar con algunas de las personas que velaban
las tumbas de sus familiares y hasta adentrarme en momentos tan intimos como
era la muerte de sus seres queridos, quienes en su ausencia les daban a oportunidad
de convivir momentos tan cercanos y llenos de vida.
Despues de la larga espera de 365 días , regrese en el
año del 2011 con tres amigos y visitamos ahora si la gran festividad. Ya habían pasado 17 años desde aquellos momentos
tan mágicos que viví con mi amigo de Morelia y en esta ocasión me pareció una
fiesta con fines comerciales. La isla de
Janitzio se encontraba repleta de vendedores ambulantes y los cementerios con
las hermosas vistas al lago de Patzcuaro, parecían el escenario de un circo. Los
indígenas posaban para los fotógrafos en
las muy producidas tumbas de sus seres queridos, mientras ellos vestían sus
mejores y más hermosos trajes tradicionales. Todo aquello tan mágico se había
convertido en una especie de truco
publicitario.
El cementerio de la pequeña población de Tzin Tzun Tzan
todavía con toques hermosos y originales se encontraba muy concurrido, totalmente iluminado con la pacifica luz de
las velas y con historias que no había el tiempo de ser contadas por los vigías
de las tumbas, debido al gran torrente
de personas y fotógrafos que circulaban por el cementerio.
En realidad es difícil revivir una experiencia porque
tanto los lugares como las personas cambiamos.
Aquella mágica noche de 1995 nunca regreso, pero en el 2010 tuve la
oportunidad de entrar en los círculos familiares y apreciarlos de una forma en
que tal vez no lo hubiera hecho en mi juventud.
En el 2011 tal vez por la experiencia de la vida y por las cosas que he
podido vivir, la bella capacidad de asombro se desvanece, aunque ciertamente la
noche del día de muertos y el pasar del tiempo entre esas visitas hizo que me
cuestionara sobre la temporalidad de
nuestras vidas y lo que hacemos con ellas.
Al final el día de muertos en unas ocasiones me hizo sentir vivo de
alguna u otra manera o hizo que me cuestionara sobre la vida, de lo cual creo
se trata está festividad.