jueves, 3 de noviembre de 2016

Día de Muertos





Un ritual a la vida

El miedo, nos hace volverle el rostro, darle la espalda a la muerte. Y al negarnos a contemplarla nos cerramos fatalmente a la vida


Así es como el escritor y premio nobel mexicano, Octavio Paz define nuestra vida en negación en su libro el laberinto de la soledad. 
Es por eso que el día de muertos puede ser más que un homenaje a la muerte, un homenaje a la vida.  Tal vez sugiere a los muertos que extrañan las esplendorosas y sutiles trivialidades de la vida, de las cuales nos perdemos los vivos. 
Este ritual prehispánico se ha celebrado por lo menos desde hace 3000 años y se mezcló sutilmente con las creencias católicas importadas por los españoles durante la conquista como el día de los fieles difuntos y todos los santos,  formando un harmónico sincretismo religioso.

El 1ro y 2 de Noviembre de cada año, México hace un gran homenaje a la muerte resaltando la vida. Tal vez en ese momento en que contemplamos la muerte, nos damos cuenta de la fragilidad de la vida, por lo tanto la exprimimos  y de ella sacamos fiesta y  colores.
Con un altar lleno de colores y mezclas de creencias católicas como del México antiguo que antes de la llegada de los españoles celebraron los aztecas, mayas, perepuchis y totonacas. Quienes creían que el destino del alma dependía del tipo de muerte a diferencia de un más allá que premia o castiga. Se espera al difunto con colores que los guíen como el anaranjado de la flor de cempaxúchitl  representando la luz  del sol precolombino y el violeta como señal de duelo en el catolicismo.  


Este ritual de muerte resalta los valores gregarios y las familias esperan reunidas durante la noche en que el muerto los visitara desde el más allá. La muerte se convierte en la parte central de la vida durante una noche.
Ofrendas  visten de colores a las tumbas y las flores de cempaxúchitl  destellan como aquella luz que se los llevo, pero esta vez desde aquí abajo para guiarlos y atraerlos de nuevo tan solo por una noche. En espera y sobre el lugar mismo que en que yacen sus restos mortales,  los aguardan sus imágenes en fotos, tal vez para que se acuerden de cómo eran cuando Vivian, junto con todas aquellas cosas y sabores que lo estimulaban a vivir.


Para los que peregrinamos por los panteones y por los caminos durante la noche en vigía, el frio y el cansancio denotan vida.  La sensación de paz frente a las veladoras  hace sentir lejanas y olvidadas sensaciones de  quietud, y es  entonces cuando  nos damos cuenta que hoy estamos vivos.
 Se celebra tal vez a la muerte porque durante la celebración en vigía el tiempo se detiene como en la  muerte misma y la pobreza se convierte en majestuosidad, el silencio reprimido en euforia y las  mascaras de la vida diaria se quedan en casa, para convertir a todos en uno mismo y sin diferencias sociales. Por esa noche celebramos llenos de vida  y desnudamos nuestra alma en  colores.  Muchos se embriagan y se dejan  llevar hasta el descontrol, pues entre más control se le aplica a la vida, más muertos se estamos, de modo  que hay que vivir, pues la celebración es para los que ya no están, no para que los que estamos ausentes en nuestra vida diaria. 


La primera vez que presencie está festividad fue en Noviembre de 1995.  En aquel tiempo era un estudiante universitario que vivía en Guadalajara; Estaba dispuesto y ansioso por ver el mundo, aunque desinteresado por ver el mundo al que pertenezco. En esos días ahorraba dinero para viajar  a Inglaterra e Italia y ver ese viejo mundo tan lleno de historia y monumentos que revelan una parte del pasado de occidente.
Un amigo de la universidad originario de Morelia, Michoacan me invito a ver esta celebración del día de muertos. Recuerdo  que me dijo: “Vas a ver algo que no veras en Europa”.  Y así fue…………la festividad del día de muertos revelo algo que nunca en mi vida había visto de mi propia cultura y también  despertó mi curiosidad por la parte mágica de nuestro país que muchos extranjeros ven y nosotros queremos negar a toda costa. En aquel tiempo me pareció algo mágicamente surrealista.  Los troncos   que salían del fondo del lago de patzcuaro a la superficie y que se convertían en antorchas iluminando el camino que debía seguir la embarcación hasta la isla de Janitzio entre la neblina de la fría madrugada de Noviembre.  Los colores en las tumbas y los indígenas velando a sus muertos abrían las puertas hacia la divinidad. 

El empinado ascenso por las escalinatas y callejones a través de la isla hasta llegar a los cementarios, la iglesia y finalmente la estatua del héroe libertador Morelos con la historia de su vida  narrada en murales en el interior y la cual avanza en el tiempo a medida que uno sube por unas escaleras en espiral que culmina hasta llegar a la antorcha que sostiene en su mano derecha y desde donde se domina el horizonte, revelo un recuerdo de mi infancia que se encontraba perdido en algún rincón de mi mente. Apenas era un niño de 5 años cuando visite este lugar con mi madre y unas tías en un viaje familiar.

En tan solo una noche en vela se revelo algo sutilmente mágico que no solo se había perdido en mi pasado personal, sino en el que nos pertenece a todos como hijos de un pueblo indigena.

Pasaron varios años en los que seguía pensando en el día de muertos en Patzcuaro y no fue hasta el año del 2010 en que regrese. La decisión  no fue sencilla y tuve que vencer muchos miedos, tal como lo hacemos cuando debemos enfrentar algo de nuestro pasado. En esta ocasión no se trataba de revivir un trauma, sino una bella y hermosa experiencia; El problema era que  la violencia en México ya había estallado y uno de los focos rojos del territorio nacional era y sigue siendo el estado de Michoacan.  Amigos me decían que estaba corriendo un riesgo totalmente innecesario y las historias de algunos secuestrados siempre se utilizaban en el argumento de convencimiento. En un intento de poner la situación en la balanza hice varias llamadas a distintas líneas de autobuses que llegaban a Patzcuaro y hoteles del lugar. Todas  las personas al otro lado del teléfono parecían hasta desconcertados por mis aparentemente absurdas preguntas, aunque no dudo eran y aun son  las preguntas de muchos  que desean visitar ese lugar.  Finalmente el inquebrantable deseo de asistir escucho lo que quería escuchar y tome un vuelo de la ciudad de La Paz  a Guadalajara para de ahí tomar un autobús a la pequeña población de Patzcuaro Michoacan.  


Todo el trabajo de logística y viaje de alguna manera se redujo a un fiasco cuando el taxista de la estación de autobuses me dijo que la gran festividad del día de muertos ya había ocurrido la noche anterior.  Había llegado el día 2 de Noviembre y todo había sido un error. La gran noche de día de muertos es la del día primero y la madrugada del 2. La noche del 2 quedan tan solo algunas familias velando hasta tempranas horas de la noche algunas cuantas tumbas. Le pedí al taxista que me llevara a la muy próxima población de tzin tzun tzan y ahí pase algunas horas durante la tarde y hasta el anochecer.  Tuve la oportunidad de platicar con algunas de las personas que velaban las tumbas de sus familiares y hasta adentrarme en momentos tan intimos como era la muerte de sus seres queridos, quienes en su ausencia les daban a oportunidad de convivir momentos tan cercanos y llenos de vida.

Despues de la larga espera de 365 días , regrese en el año del 2011 con tres amigos y visitamos ahora si la gran festividad. Ya  habían pasado 17 años desde aquellos momentos tan mágicos que viví con mi amigo de Morelia y en esta ocasión me pareció una fiesta con  fines comerciales. La isla de Janitzio se encontraba repleta de vendedores ambulantes y los cementerios con las hermosas vistas al lago de Patzcuaro, parecían el escenario de un circo. Los indígenas posaban para los fotógrafos  en las muy producidas tumbas de sus seres queridos, mientras ellos vestían sus mejores y más hermosos trajes tradicionales. Todo aquello tan mágico se había convertido en una especie de  truco publicitario. 

El cementerio de la pequeña población de Tzin Tzun Tzan todavía con toques hermosos y originales se encontraba muy concurrido,  totalmente iluminado con la pacifica luz de las velas y con historias que no había el tiempo de ser contadas por los vigías de las tumbas,  debido al gran torrente de personas y fotógrafos que circulaban por el cementerio.
En realidad es difícil revivir una experiencia porque tanto los lugares como las personas cambiamos.  Aquella mágica noche de 1995 nunca regreso, pero en el 2010 tuve la oportunidad de entrar en los círculos familiares y apreciarlos de una forma en que tal vez no lo hubiera hecho en mi juventud.  En el 2011 tal vez por la experiencia de la vida y por las cosas que he podido vivir, la bella capacidad de asombro se desvanece, aunque ciertamente la noche del día de muertos y el pasar del tiempo entre esas visitas hizo que me cuestionara  sobre la temporalidad de nuestras vidas y lo que hacemos con ellas.  Al final el día de muertos en unas ocasiones me hizo sentir vivo de alguna u otra manera o hizo que me cuestionara sobre la vida, de lo cual creo se trata está festividad. 


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