Entre las ruidosas, congestionadas y calurosas calles de
las ciudades del sudeste Asiático, se respira un contrastante ambiente de
pasividad. De alguna extraña manera el ambiente es tan pacifico como el de la
vida en los pequeños pueblos y aldeas del área. El día a día en este rincón del
mundo no delata en forma alguna el
tormentoso pasado que vivió este apacible lugar hace más de 40 años.
Es decir la guerra de Vietnam contra los Estados Unidos,
el genocidio de Pol Pot en Camboya y los constantes bombardeos del
ejército norteamericano en Laos para
impedir que las tropas de Ho Chi Min llegaran al sur de Vietnam.
Hoy todavía se pueden ver algunos vestigios de ese
pasado tortuoso, con los mutilados que deambulan por las calles de Camboya,
quienes fueron víctimas de las minas instaladas en el campo por el jemer rouge,
para evitar que su pueblo escapara hacia Tailandia de la cruel dictadura que
ellos mismos habían impuesto.
También los proyectiles de los Estados Unidos que no
estallaron en Laos, pero que hoy en día
son las campanas de las escuelas rurales, que irónicamente dejaron de ser objetos destructivos, para convertirse en instrumentos de instrucción.
Por otro lado el gran libertinaje heredado por las
tropas estadounidenses en Tailandia, cuando estas descansaban del servicio en Vietnam, han convertido en
Bangkok en una ciudad pecaminosa donde mucho del turismo que los visita hoy en
día es sexualmente retorcido.
Dejando aparte esas huellas del pasado y tomando en
cuenta todo lo exótico que representa este rincón del mundo, este fue el lugar
que escogimos como primer viaje en pareja mi esposa Blanca y yo en el año del 2009. Llegamos a Tailandia para pasar algunos días
y después cruzamos por tierra hacia Camboya. Blanca regreso a México debido a
que tenía que cumplir con las obligaciones de su trabajo y yo seguí solo por
Vietnam y Laos.
Tailandia
Después de haber pasado prácticamente toda la noche en vela pues nuestro vuelo había
llegado desde Japón a las 2 de la mañana, no pudimos conciliar el sueño ya que
había una mezcla de cansancio y emoción
que nos abrumaba, de tal manera que salimos a caminar por las calles de Bangkok a
tempranas horas de la mañana en un denso
ambiente cargado de humedad. El bullicio
de las calles apenas empezaba a desarrollarse y recuerdo que entramos a un
pequeño monasterio budista del cual desde la
ventana de un templo que se encontraba dentro del recinto, vimos a unos
monjes orando frente a la dorada imagen de buda. Fue hasta ese momento que nos
dimos cuenta que nos encontrábamos lejos de nuestro hogar presenciando a
hombres de otro mundo haciendo sus primeros rituales religiosos del día.
Después de pasar un rato en el monasterio seguimos
caminando por las calles de la estridente ciudad y finalmente llegamos a las orillas del rio
Cha Phraya en donde tomamos una embarcación que fungía como transporte
público. Por un instante me sentí
transportado en el tiempo y parecía estar dentro de una de las películas de
Bruce Lee en medio de un ambiente de
tráfico de embarcaciones que iban y venían por el rio.
Nos bajamos en uno de los tantos muelles o estaciones
río abajo y caminamos entre las sucias calles del barrio chino, donde visitamos
unos mercados y templos.
Así empezaba nuestro primer día en Tailandia y en este
mundo que es conocido como el sudeste asiático
Laos
Realmente no tenía ni siquiera la idea de que visitaría
Laos. Mi esposa se había regresado a México y yo ya estaba en Vietnam. Recuerdo
que primeramente las calles de Hanói me parecieron intimidantemente
congestionadas y las multitudes que estaban por todas partes en verdad me
parecían sobrecogedoras. Visite varios sitios por el país como Ho ian, la bahía
halong y las montañas de Sapa, pero de repente me di cuenta que ya estaba
cansado de estar viajando y todavía me quedaban
varios días para esperar mi vuelo de regreso a casa.
Pensé en quedarme el resto de esos días en Hanói para
descansar, ya que para ese momento le había encontrado un gran sabor al caos de
esta ciudad y me movía con facilidad por todos lados.
Una mañana estaba en un café donde uno se tenía que
sentar en unos pequeños bancos que se encontraban en una angosta banqueta
viendo como pasaban por la calle motos, bicicletas, carros y personas cargando
cosas sin cesar, cuando al desviar la mirada dentro del pequeño café , encontré una canasta con libros y revistas. En una
revista que particularmente me llamo la atención y que estaba escrita en inglés
se hablaba sobre Laos y lo pacifica que
era la vida en este hermoso lugar. En ese momento me pareció tan apetecible que
esa misma noche compre un boleto de avión en línea para salir por la tarde siguiente hacia Luang Prabang en
Laos.
La revista que describía la tranquilidad y la belleza de
Luang Prabang se había quedado corta en palabras. Desde el instante mismo que
salí del avión la velocidad era otra y se respiraba un apacible ambiente
rural. A la hora de pagar el visado al
agente de migración no tenía conmigo Kips -que es la moneda local-, de tal
manera que el agente me dejo salir fuera del aeropuerto para sacar dinero en un
cajero automático, para después regresar y ponerme el visado una vez que lo
hubiera pagado.
El pequeño pueblo de Luang Prabang se encuentra ubicado
a las orillas del rio Mekong y tiene una gran influencia francesa en su
arquitectura. Por un momento sentí que estaba en el pueblo de Santa Rosalia,
Baja California Sur en México. Tierra natal de mi madre que también cuenta con
una gran influencia francesa en su arquitectura, debido a la presencia de una
compañía minera de Francia que se estableció en ese lugar a principios del siglo
pasado.
Laos por otro lado había sido una colonia francesa y es
por eso que tiene esa gran influencia en sus construcciones que se mezclan
harmónicamente con la arquitectura asiática en sus templos budistas. Esa
combinación arquitectónica es agradable a la vista con sutiles explosiones de
sabor, como su cocina misma al paladar.
Al día siguiente salí a tempranas horas de la mañana
para caminar por las calles del apacible pueblo y para mi sorpresa me encontré
con muchas personas que se encontraban sentadas o de rodillas al pie de la
calle. Unos minutos más tarde una
interminable hilera de monjes budistas caminaban por las calles con los pies
descalzos y con una pequeña hoya de metal donde recogían ofrendas de los feligreses
que se encontraban de rodillas. Estos les daban arroz principalmente, aunque
también les daban frutas y algunos otros comestibles.
Los monjes daban vuelta a la izquierda por una calle
para así realizar un gran círculo que abarcaba todo el centro del pueblo,
regresando al mismo sitio donde los encontré la primera vez en más de 4
ocasiones.
Todo sucedió en un silencioso ambiente y tan solo en 20
minutos aproximadamente. Más tarde me entere que a este suceso se le llama la
ceremonia de entrega de limosnas y sucede cada mañana en Luang Prabang.
De los 35 templos que se encuentran en la pequeña
población salen los monjes a la calle en una gran hilera a recibir ofrendas de
los creyentes de la religión budista.
Estuve entre cinco o seis días más en esta pequeña
población y sus alrededores restaurando mi cuerpo, mi mente y mi espíritu tras
un mes de viajar por esta parte del mundo.