martes, 2 de septiembre de 2014

Semana Santa Raramuri


Las danzas y los tambores habían formado un ente vivo que respiraba y se movía a en forma autónoma.  Los danzantes habían perdido su individualidad en la embriaguez del tesgüino y se movían  en  trance como si solo formaran células de un nuevo ser.



En el norte de México y en el sur del estado de Chihuahua yace una tribu enclavada en medio de las montañas. Dispersos entre las barrancas, las mesetas y los cañones, se han convertido en parte esencial de paisaje. No como algo sobre puesto, ni como una edificación que se camuflajea en el entorno, sino como una parte indispensable de él. Es difícil imaginarse a esta sierra sin sus indígenas y a estos indígenas sin este accidentado terreno.  Llegar a estos remotos lugares y no ver a un tarahumara, sería como llegar a un bosque desbastado por la voraz tala del hombre, que ha perdido su esencia misma. 

Esta sierra se llama, la sierra Tarahumara, en honor a la tribu que se hace llamar de igual forma. Pero en realidad el nombre se ha deformado por el castellano, pues el  nombre original es el de los raramuris, que traducido al español quiere decir pies ligeros. 

Raramuris es una buena forma de autonombrarse, pues son conocidos por correr grandes distancias sin ni siquiera beber agua. Han ganado ultra maratones en varios lugares del mundo y hoy en día son víctimas del largo brazo del narcotráfico que los utiliza como cargadores o contrabandistas de droga corriendo con mochilas a través del desierto que abarca México y los Estados Unidos.


El primer contacto que los Tarahumaras tuvieron con  los europeos sucedió en 1606 por medio de los misioneros jesuitas.  Como en todos los casos de la conversión, los misioneros aumentaban en número  tras haber arribado a un lugar. En este caso  sucedió en lo que es hoy el valle de Cuauhtémoc, Chihuahua y  para  1632 esto causo  descontento entre los indígenas que desemboco en una revuelta, donde dos misioneros terminaron muertos.  Esto a su vez origino un fuerte movimiento de represión por parte de la nueva España.  Los Tarahumaras entonces se vieron obligados a esconderse internados en la sierra, dejando atrás los valles del norte de México. 

Al pasar el tiempo, comerciantes y agricultores Españoles, también se internaron en la sierra, obligando a trabajar a los indígenas en forma abusiva.  Fue entonces cuando los misioneros jesuitas construyeron iglesias en medio de la sierra y estas se convirtieron en un refugio de los abusados indígenas. De esa forma se gestó él  peculiar sincretismo de las creencias religiosas que practican los tarahumaras. 


Un elemento muy importante del sincretismo que se formó, se manifiesta durante la época de semana santa, que corresponde a la crucifixión de Jesús. Los tarahumaras que raramente se  congregan, pues viven dispersos en las montañas y cañones, en está ocasión se reúnen en las misiones más cercanas para celebrar. Llegan desde diferentes puntos  vestidos de colores, tras largas caminatas y desde tempranas horas los hombres empiezan a tomar tesgüino que no es más que una bebida de maíz fermentado. 

Durante todo el día y toda la noche beben y danzan en círculos sobre su propio eje y alrededor de la iglesia.  Por medio de estas danzas forman un cinturón o cordón de protección, hacia la casa de Dios y Dios mismo. 
Para los tarahumaras Dios se encuentra en un punto de debilidad debido a que el demonio lo ha hecho beber tesgüino y por medio de su guardia perimetral lo resguardan mientras se recupera.  Pues de no hacerlo así, este pudiera ser derrotado por el demonio y con él a todo el universo.

Esta festividad trata  primordialmente sobre el eterno conflicto  entre el bien y el mal, que empezó desde el  comienzo de todos los tiempos.
Para  los Tarahumaras la fiesta se llama comonorirawachi, que quiere decir cuando caminamos en círculos  Aun cuando la fecha coincide con semana santa y  es verdaderamente una fiesta religiosa y de gran espiritualidad, es meramente una fiesta pagana con tintes de catolicismo, pues imágenes de la virgen y de Jesús son cargadas por los guerreros del bien.  Los tarahumaras se dividen en dos grupos durante estos días.  Uno de ellos representa a los capitanes y soldados que pelean por las fuerzas del bien y los fariseos que pelean por las obscuras fuerzas del mal. 

El marco histórico u origen de estas fiestas es verdaderamente interesante, aunque creo que la experiencia personal es también muy importante y debe de ser narrada para complementar este blog. Por lo tanto narrare nuestra peculiar experiencia de la semana santa raramuri que ahora se encuentra enmarcada dentro de la cultura del narco. 
En muchas ocasiones he viajado a la sierra Tarahumara y de hecho conozco algunos indígenas y no indígenas que se encuentran dispersos en diferentes puntos de la sierra. Deje de viajar a este lugar poco antes de que el narcotráfico se tornara incontrolable ya en el año 2005 o 2006.  

Por primera vez en muchos años mi atención se enfocó en la fiesta de semana santa raramuri y debido a la situación del narcotráfico estaba dudando sobre si asistir o no.  Tal como  la festividad de semana santa, había una batalla interna dentro de mí. Por una parte quería compartir esta bella cultura y sus paisajes con mi esposa e hija y por otro lado el temor a los incidentes producto del tráfico de drogas que habían ocurrido en la sierra me detenían.  

El conflicto quedo resuelto tras una llamada a Mc Klein, un conocido  local de la sierra que vive en Creel y quién me dijo que definitivamente el lugar estaba tomado por grupos armados, pero que no molestaban a los turistas. 

Con una confianza ciega tomamos el ferry desde La Paz a Los Mochis y de ahí  el tren chepe  hacia  la sierra tarahumara.  Al llegar a Creel Mc Klein, nos había conseguido una camioneta para asistir a la festividad al día siguiente en Norogachi.  Norogachi es una pequeña población lejana que no conocía y se encuentra muy dentro de la sierra donde la festividad de los tarahumaras es la más  concurrida e intacta desde el punto de vista tradicional.

Durante nuestro  trayecto por la solitaria carretera, en realidad sentíamos un poco de nerviosismo y en las pequeñas gasolineras y tiendas rurales que se encuentran a lo largo del camino, las personas nos preguntábamos de donde veníamos y que hacíamos por allá. Asumimos que se trataban de los ojos y oídos del narcotráfico.
Al llegar a Norogachi buscamos hospedaje en la casa de una familia de jóvenes hermanos  que tenían una pequeña tienda rural. Antes de aceptar nuestra petición nos sentimos interrogados por los jóvenes. Fue entonces cuando nos dimos cuenta que en realidad la situación de seguridad era un factor a tomar en cuenta no solo para los visitantes, sino también para los residentes. Inmediatamente después nos sentimos totalmente acogidos por la calidez de la gente de la sierra, aunque la fiesta en realidad no tenía la concurrencia que se esperaba, debido al temor que despertaba la actividad de los grupos armados.   

El primer día observamos las danzas durante todo el día tomando fotografías y  antes del amanecer del siguiente día asistí nuevamente a la explanada de la iglesia para a ver las danzas durante el alba. El ambiente era totalmente diferente, pues los indígenas se encontraban totalmente ebrios y parecían estar en un estado de trance en el que la danza misma tenía vida propia. Muchos se encontraban tirados en la tierra debido al avanzado estado de embriaguez y las mujeres observaban desde un punto alrededor de la explanada con sus coloridas vestimentas. 

Después de un rato tuvimos las sensación de que no podríamos extraer mucho más de esta fiesta, tal vez porque eran  pocos los espectadores y danzantes. Por lo tanto decidimos intentar en otra pequeña iglesia en el cañón de Batopilas a unas 4 horas de distancia y tan solo a 70 km de Norogachi.  Yo ya había estado en Batopilas en años anteriores, pero no sabía exactamente donde sería la fiesta de semana santa. Partimos entonces  después del desayuno  y  tres horas más tarde estábamos entrando  al profundo cañón.  Dejamos atrás el bosque y sus coníferas para adentrarnos en un ambiente más desértico donde reinaban los cactus que se adornaban con las paredes del cañón y el rio Batopilas en segundo plano.  Así mismo la vestimenta de los indígenas que encontrábamos había cambiado. A diferencia de Norogachi donde los hombres vestían de blanco, en el cañón los indígenas utilizaban vestimentas de colores pasteles.

A medida que descendíamos por los sinuosos acantilados de las barrancas, se podían distinguir los indígenas con sus coloridos vestidos sobre el camino o paredes de los cañones desciendo también hacia algún lugar en el fondo. Después de transitar por un largo rato sobre el espectacular camino, ya a pocos metros arriba del rio,  casi en el fondo del cañón y poco antes de llegar a la población de Batopilas, vimos una pequeña iglesia del otro lado del rio. Algunos raramuris cruzaban un puente colgante que atravesaba el rio para poder llegar  hasta ella. Decidimos detenernos para ver si habría celebración en este lugar. Encontramos entre unos arbustos a un pequeño grupo de indígenas, algunos policías municipales fuertemente armados y ningún turista a excepción de un alemán que se encontraba acampando. Los indígenas bebían tesgüino y las mujeres  lo preparaban. En algunas ocasiones se paraban y se dirijan hacia la iglesia para caminar alrededor de ella mientras rezaban cargando la imagen de un santo. Así paso gran parte del día y nosotros nos sentíamos sumamente acalorados, por lo tanto decidimos comprar agua y cerveza mientras esperábamos en el rio el evento de los pintos.

Para mi sorpresa vi a un tarahumara que había conocido en mis previas visitas al cañón. El conocido como Chico estaba cruzando el puente colgante justo arriba de nosotros. Me acerque para  saludarlo y este me reconoció no por  mi nombre sino como Katún. Pues así se llamaba un negocio que tuve en el pasado y en el cual me dedicaba a llevar turistas mexicanos y extranjeros a la sierra de Baja California Sur y de Chihuahua. Chico me paso algunos chismes del área  y también me conto que el narcotráfico había ahuyentado a los turistas en forma dramática, cosa que era evidente pues en años anteriores y durante la época de semana santa, el rio batopilas se llenaba de campistas que venían desde la capital del estado.  Me platico que en algunas ocasiones bajaban de la sierra los del grupo “la línea” y los policías municipales se desaparecían por el miedo que estos infundían.  

La influencia de la cultura del narco era más que obvia, pues algunos de los tarahumaras tenían colgadas de sus hombros metralletas hechas de madera.
Ya a punto de atardecer, algunos indígenas bajaron al rio y empezaron a pintarse de blanco con  polvo extraído de las piedras del rio que mezclaban con agua. A diferencia de nuestra percepción del bien y el mal, los pintos representan al mal o al demonio, pues uno de ellos hasta tenía cuernos. Esto tiene todo el sentido del mundo si nos  adentramos en el mundo indígena, pues las experiencias que han tenido a través de su historia con el hombre blanco han sido en su mayoría negativas.


Así mientras se pintaban y a medida que terminaban, danzaban en círculos al ritmo de un violín. Por un momento nos dimos cuenta que estábamos viviendo una experiencia fuera de nuestro mundo en el fondo de un solitario cañón atestiguando un ritual indígena. Era simplemente maravilloso.

Ya casi obscureciendo llegamos a la población de Batopilas y mientras entrabamos, una camioneta de lujo y de último modelo se nos emparejo. Bajamos entonces los cristales del carro rentado y mientras ambos vehículos seguían en marcha, varios jóvenes armados se asomaron dentro de nuestro vehículo para ver de qué se trataba. Al darse cuenta que éramos tan solo una familia nos saludaron y aceleraron para desaparecer de nuestra vista.  Nos hospedamos en un pequeño y apacible hotel frente al rio para partir a tempranas horas de la mañana del día siguiente hacía Creel y tomar el tren de regreso a los Mochis al mediodía. Esa misma noche tuvimos la oportunidad de tomar el ferry de Los Mochis a La Paz y nos sentimos aliviados al llegar a casa al día siguiente.